ENSAYO ARGUMENTATIVO: ¿El uso de la tecnología en la educación es un medio o un fin en sí mismo?
Introducción
El avance tecnológico ha penetrado profundamente en la educación, generando tanto entusiasmo como dudas sobre su verdadero papel. Las instituciones educativas han adoptado dispositivos, plataformas y metodologías digitales con la promesa de mejorar los procesos de enseñanza y aprendizaje. Sin embargo, esta transformación ha generado un debate de fondo: ¿la tecnología es solo una herramienta que facilita el aprendizaje, o se ha convertido en un fin en sí misma? Este ensayo explora esta disyuntiva con base en los aportes de Martín (2009) y Mendoza, Páez y Miranda (2017), a fin de reflexionar sobre el verdadero lugar que debe ocupar la tecnología en el quehacer pedagógico.
Tecnología como medio: un recurso al servicio de fines pedagógicos
Desde una perspectiva pedagógica crítica, la tecnología no debe ser vista como un fin en sí misma, sino como una herramienta que facilita y amplifica las oportunidades de enseñanza y aprendizaje. Entenderla como medio implica colocarla al servicio de objetivos educativos más amplios, como el desarrollo de la autonomía, el pensamiento crítico, la colaboración y la creatividad. En este sentido, su valor radica no en lo que es en sí, sino en el modo en que se utiliza dentro de un proyecto educativo con sentido.
Martín (2009) señala que las pedagogías emergentes surgen como una respuesta a la necesidad de transformar modelos tradicionales que, durante años, han centrado la enseñanza en la memorización y la repetición mecánica de contenidos. Las nuevas propuestas pedagógicas apuestan por aprendizajes más significativos, por el desarrollo de la competencia para resolver problemas en contextos reales, y por una educación situada que reconozca la diversidad cultural, cognitiva y emocional de los estudiantes. En este marco, la tecnología puede potenciar procesos educativos más dinámicos, participativos y centrados en el estudiante.
Por ejemplo, el uso de herramientas digitales como simuladores interactivos, plataformas de evaluación formativa, software de edición colaborativa o entornos de gamificación puede enriquecer significativamente las experiencias de aprendizaje. Estas tecnologías permiten no solo diversificar los canales de comunicación, sino también fomentar un aprendizaje más personalizado, en el que cada estudiante avanza a su propio ritmo y según sus propias capacidades.
Mendoza, Páez y Miranda (2017) aportan una visión complementaria al destacar que la educación a distancia representa una oportunidad para democratizar el acceso al conocimiento, especialmente en contextos donde las barreras geográficas y económicas limitan el acceso a la educación presencial. Sin embargo, subrayan que la efectividad de este modelo depende de múltiples factores: la calidad del diseño pedagógico, el acompañamiento docente, la interacción significativa entre pares y la capacitación tanto de estudiantes como de profesores. En otras palabras, no basta con tener acceso a la tecnología; es fundamental saber cómo integrarla de forma pedagógica.
Asimismo, hay que tener en cuenta que el uso de la tecnología no garantiza aprendizajes más profundos ni procesos formativos de mayor calidad. La clave está en cómo se articula con metodologías activas como el aprendizaje basado en proyectos, el aula invertida, el aprendizaje cooperativo o el pensamiento de diseño. En estos modelos, la tecnología no sustituye al docente, sino que lo potencia como mediador del conocimiento.
Tecnología como fin: los riesgos del tecno centrismo educativo
Pese a las posibilidades que ofrece, existe una tendencia creciente a idealizar la tecnología, a asumir que su sola presencia equivale a modernidad, innovación y calidad educativa. Este fenómeno, conocido como tecno centrismo, consiste en priorizar los dispositivos, plataformas y herramientas digitales como si fueran el objetivo último de la educación, desplazando el foco del aprendizaje hacia el consumo de tecnología. En estos casos, la atención se centra en lo técnico y no en lo pedagógico.
Martín (2009) advierte que cuando la educación cede ante una lógica meramente instrumental, corre el riesgo de convertir la tecnología en un fin en sí misma, perdiendo de vista el sentido humanista y ético del proceso formativo. Las escuelas pueden caer en una carrera por adoptar la última aplicación, la plataforma más moderna o los dispositivos más costosos, sin preguntarse si realmente responden a las necesidades de los estudiantes o si mejoran los procesos de enseñanza.
En este escenario, el rol del docente tiende a minimizarse o a entenderse como un simple facilitador técnico, lo cual empobrece su papel como guía, acompañante y formador. Además, se corre el riesgo de sobrecargar al profesorado con exigencias tecnológicas que no siempre vienen acompañadas de formación ni de tiempo para la reflexión pedagógica.
Por su parte Mendoza, Páez y Miranda (2017) ponen en evidencia cómo la expansión de la educación virtual durante las últimas décadas ha estado marcada por desigualdades estructurales. Si bien las plataformas digitales prometen acceso, flexibilidad y autonomía, también suponen una serie de barreras invisibles: falta de conectividad, escaso dominio de las herramientas digitales, dificultades para gestionar el tiempo de manera autónoma, entre otras. De este modo, asumir que la tecnología es por sí misma inclusiva y transformadora puede llevar a ignorar las brechas sociales, económicas y culturales que afectan el aprendizaje real.
Otro riesgo importante es la sobrevaloración del contenido digital frente al conocimiento situado. Muchas veces se promueven cursos, diplomados o materiales que privilegian una visión estandarizada, globalizada y descontextualizada de la educación. Esto refuerza una lógica de consumo de contenidos, donde lo importante es pasar el módulo o cumplir la tarea, más que reflexionar, dialogar y construir sentido. La educación pierde así su dimensión ética y política, y se reduce a una cadena de certificaciones digitales.
La tensión entre medios y fines: hacia una integración crítica de la tecnología
En lugar de caer en extremos, es necesario construir una mirada pedagógica que integre la tecnología desde una perspectiva crítica, ética y situada. Esto implica hacer preguntas de fondo: ¿para qué usamos esta herramienta? ¿Qué tipo de aprendizaje queremos promover? ¿Qué tipo de sujeto buscamos formar? Solo cuando la tecnología se responde a estas preguntas es que puede actuar como un verdadero mediador del conocimiento.
Tanto Martín (2009) como Mendoza, Páez y Miranda (2017) coinciden en que la clave está en repensar la relación entre tecnología y pedagogía, superando la fascinación técnica y recuperando la centralidad del sujeto. La escuela no puede convertirse en una empresa tecnológica, ni los estudiantes en usuarios pasivos de contenidos digitales. La educación, para ser verdaderamente transformadora, debe formar ciudadanos críticos, autónomos y capaces de interactuar con la tecnología de manera ética y creativa.
Esta integración crítica también supone una responsabilidad institucional y gubernamental. No se trata solo de dotar de equipos a las escuelas, sino de garantizar una infraestructura sólida, formación docente continua, políticas de inclusión digital y propuestas curriculares que reconozcan la tecnología como una dimensión transversal del aprendizaje. La tecnología debe contribuir a cerrar brechas, no a ampliarlas.
Finalmente, es indispensable reconocer que la tecnología, aunque poderosa, nunca sustituirá la dimensión humana de la educación. El vínculo pedagógico, la emoción, el acompañamiento, el diálogo y la ética no pueden ser reemplazados por algoritmos. La tecnología puede mejorar muchas cosas, pero no puede reemplazar la experiencia transformadora que implica enseñar y aprender con otros.
Conclusión
A la luz de lo expuesto, es evidente que la tecnología debe ser concebida como un medio, nunca como un fin. Su valor radica en la posibilidad de enriquecer los procesos educativos, siempre que se use de manera reflexiva y orientada por principios pedagógicos. Tanto Martín (2009) como Mendoza, Páez y Miranda (2017) coinciden en que el sentido de la educación no puede ser absorbido por el entusiasmo tecnológico. La verdadera transformación educativa no se logra con dispositivos, sino con una pedagogía crítica, contextualizada y centrada en el ser humano. Solo desde esa mirada es posible integrar la tecnología como una aliada en la construcción de aprendizajes significativos y una ciudadanía más justa.
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